Después de dos noches de altura, en las
que habíamos visto a Mötley Crüe, Alice Cooper y Tedeschi Trucks Band, llegaba
el momento de poner el broche de oro al fin de semana. Y qué mejor forma que
asistiendo a un show único y quizás irrepetible: Sir Tom Jones y Mr. Van
Morrison, juntos por primera vez en un escenario.
Es curioso ver cómo, después de 50 años
cada uno de carrera, muchas veces paralela e incluso entrelazada (a principios
de los 90 llegaron a grabar juntos la canción “I'm Not Feeling It Anymore”),
nunca hubieran coincidido en un escenario hasta esa noche. Y ha tenido que ser
el Prudential BluesFest quien se apuntase el tanto de lograrlo. ¡Bravo por
ellos!.
Con bastante puntualidad sobre el
horario previsto, fue Van Morrison el encargado de abrir la velada, al ritmo de
“Celtic Swing” y “Close Enough for Jazz”. He de decir que le recibí con cierto
escepticismo, motivado por una experiencia anterior no del todo satisfactoria.
Allá por 2003, vi al irlandés en Madrid y tengo un recuerdo algo extraño de
aquel concierto. Desde el punto de vista musical, no hubo nada que reprocharle
aquella noche: clase, calidad vocal y buen hacer con el instrumento. Pero todo lo
que me gustó musicalmente, me desagradó como persona: carácter insoportable, egocéntrico
y malhumorado. Con continuos gestos de “perdona vidas” al público y de maltrato
a su banda. Vamos, un auténtico estúpido encima del escenario (que me
perdonen los fans, pero aquello fue lo que sentí esa noche de hace 12 años).
¿Quizás fuera éste el momento de mi
redención para con él? Desde luego que yo, aunque escéptico, había ido
dispuesto a ello...
El clásico de negro spiritual “Sometimes
I Feel Like a Motherless Child” consiguió sacar mis primeros aplausos sinceros de
la noche. Me encanta ese tema y tengo que reconocer que la interpretación fue
de gran altura. El show continúa in crescendo, desde el punto de vista musical,
con “Days Like This” y, sobre todo, “Baby, Please Don't Go”, canción esta
última que ya sea interpretada por AC/DC, Aerosmith o el propio Van Morrison,
siempre resulta bienvenida.
El artista irlandés se muestra algo más
hablador que la anterior vez que le vi. Parece incluso estar de buen humor,
dentro de lo que cabe. Pero no por ello deja de lado su pose de “perdona vidas”,
y eso es algo que no me gusta. Observo además un detalle que puede parecer
nimio, pero me pone de mala leche: cuando sus músicos (excepcionales, por
cierto) hacen un solo, se giran siempre hacia él, mostrándose demasiado
encorsetados y sin poder tan siquiera mirar al público buscando un merecido
aplauso. Parece obvio que se trata de órdenes del jefe, a quien está claro que
no le apetece compartir ni una pizca de protagonismo del show. Decisión injusta
y errónea, a mi modo de ver.
A partir de ese momento, la banda
encadena una serie de temas lentos que hacen que pierda mi atención por
momentos y logran incluso sacarme algún bostezo. Es indudable la calidad musical de las
interpretaciones, pero echo en falta un poco más de marcha. Puede sonar a
tópico, pero me hubiera gustado oír “Brown Eyed Girl”, “Moondance” o “Gloria” y
ninguna de las tres sonaron esta noche.
Llevamos en torno a una hora de concierto y, de momento, mi opinión es que se está desarrollando por cauces muy mejorables. Pero, de pronto, algo hace que la cosa cambie y yo recupere mi total atención y fe en lo que está por venir: Van Morrison anuncia que esa noche se encuentra con él un viejo amigo, a quien nos pide demos la bienvenida. Señoras y señores, Sir Tom Jones hace su aparición en escena.
Juntos interpretan a dúo cuatro temas
(entre ellos el “Sticks & Stones” del maestro Ray Charles y el “I'm Not
Feeling It Anymore” mencionado arriba), que resultan sin duda lo mejor de esta
primera parte del espectáculo. Con ello se despiden y nos emplazan a un breve
descanso, antes de dar paso a lo que promete ser el punto álgido de la velada.
He de reconocer que, tan sólo con ver la planta
del Tigre de Gales aparecer por el escenario y oír su inconfundible tono de voz en
esos cuatro temas, me he venido claramente arriba.
Sé que es una opinión personal mía que
puede resultar chocante, pero hace tiempo que veo un gran paralelismo entre la
carrera musical de Tom Jones y la que en su momento tuvo Johnny Cash. Éxito
y elevación a los altares, bajada posterior a los infiernos y etapa final de
redención y respeto absoluto y unánime de crítica y público. ¡Que me parta un
rayo si los excepcionales tres últimos discos de Jones no huelen a los
“American Recordings” de Cash desde kilómetros a la redonda! ¿Soy sólo yo o hay
alguien más que lo piensa?
Mientras me hago estas reflexiones, las
luces se apagan, el público se pone en pie y el escenario se llena de carisma
con la entrada de Tom Jones y su banda, al ritmo del “Burning Hell” de John Lee
Hooker. Las guitarras rugen y la interpretación vocal no puede ser mejor. Esto
sí es lo que yo había venido a buscar.
Sin solución de continuidad, Tom
presenta el siguiente tema diciendo que se trata de una de las canciones
favoritas de un viejo amigo con el que compartió escenario hace tiempo en Las
Vegas. El viejo amigo se llamaba Elvis Presley y la canción “Run On”, góspel blues
tradicional que yo también adoro desde que se la oyera cantar al propio Elvis y
se la viera hacer años atrás en directo a los Blind Boys of Alabama. Buff…¡menudo
puntazo! Ahora sí que la cosa está que arde. Me da que vamos a disfrutar mucho
en lo que nos queda por delante…
Otro par de covers de blues tradicional
(“Didn't It Rain” y “Til My Back Ain't Got No Bone”), deliciosamente
interpretadas, nos llevan hasta la primera prueba de fuego de la noche:
“Sexbomb”. Y digo lo de prueba de fuego, porque tenía gran curiosidad por saber
cómo el galés iba a dar encaje a esta canción dentro de un setlist en el que
parecía no tenerlo. A mi modo de ver, tres eran las opciones: eliminarla del
repertorio, tocarla tal cual fue concebida, o adaptarla a los nuevos (y
mejores) tiempos que vive ahora el artista. Dado que, por petición popular, la
primera no era factible, optó por la tercera, reinventándola de forma meritoria
en clave de blues y consiguiendo que para nada desentonara con el resto.
La banda suena como un cañón, sin
encorsetamientos absurdos y con cara de estar pasándoselo bien. Y, en
contraposición a lo visto en Van Morrison, Tom Jones se muestra amable y
encantador desde el primer momento, con continuos gestos de complicidad a sus
músicos y palabras de agradecimiento al público.
El concierto transcurre por los mismos
(estupendos) derroteros, con temas que mezclan aires country (“Tomorrow Night”,
“Raise a Ruckus”) y góspel blues pantanoso (“Soul of a Man”, “Take My Love”, “Don't
Knock”), hasta llegar al momento mágico de la velada, con la interpretación,
apenas instrumentada y casi a capella, de esas dos joyas llamadas “Elvis
Presley Blues” y “Tower of Song”. Confieso que se me pusieron los pelos de
punta y los ojos vidriosos al oír como el galés ponía toda su alma cantando “I
was thinking that night about Elvis, day that he died, day that he died”.
Fantástico e inolvidable.
Si hay otro tema que no podía falta es “It's
Not Unusual” y éste fue su momento. Al igual que con “Sexbomb”, su
interpretación no fue la habitual que tantas veces hemos escuchado, sino una
readaptación más acorde con la ocasión, cosa que personalmente también
agradecí. Y con ello y “Baby, It's Cold Outside” (canción que uno imagina
siendo tocado por una “big band” precisamente en Las Vegas), llegamos al final del
concierto.
El artista se retira al camerino, pero
la gente quiere y pide más. Así que no tarda en volver a salir, acompañado de
nuevo esta vez por Van Morrison. Juntos se marcan otros tres temas (“What Am I
Living For?”, “Goodnight, Irene” y el magnífico “Sometimes We Cry”), antes de despedir
la noche por todo lo alto con “Strange Things Happening Every Day”, un boogie-woogie blues de esos que te hacen
mover la pierna como si no hubiera mañana.
Van Morrison se retira con la banda,
mientras Tom Jones se queda solo en el escenario, mira al público de forma
sincera, vuelve a darnos las gracias por la asistencia al concierto y nos
dedica un “God bless you” final. Un auténtico gentleman. Sin duda, el gran
triunfador de la noche y quizás del fin de semana. Gracias a ti, Tom. Espero
que volvamos a vernos pronto.
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