Cuando allá por el mes de
junio tuve que claro que Mötley Crüe no traerían su “Final Tour” a España,
comencé a plantearme otras alternativas para verlos fuera. Y, como de costumbre
en los últimos años, Londres fue la agraciada con mi decisión. Primero, porque
la ciudad en sí me atrae enormemente. Y, segundo, porque su gran variedad de
actividades musicales casi a diario, siempre me permite añadir algún otro
concierto al plan, para completar de la mejor forma la escapada. En esta
ocasión, la diosa fortuna se puso de mi parte e hizo que tres shows de altísimo
nivel (Mötley Crüe y Alice Cooper el viernes, Tedeschi Trucks Band el sábado y
Tom Jones y Van Morrison el domingo) encajasen cual guante en mi agenda de fin
de semana. Ésta es una breve crónica de lo vivido:
Vi
a Alice no hace muchos años en nuestro país, cuando trajo consigo su “Theatre
of Death” y guardo un enorme recuerdo de ello. Por ese motivo, tenía ganas de
volverle a meter mano, aun siendo como telonero. Pero, entre que llegué algo
tarde al show, debido a algunos problemas logísticos, y que en esta ocasión, al
no ser el artista principal, disponía de tiempo reducido (una hora), su
actuación se me hizo enormemente corta. Aun así, disfruté de algunos de sus
clásicos (“Poison”, “Feed My Frankenstein” o un enorme medley de “School's Out”
y “Another Brick in the Wall”), me divertí con sus números circenses (el de la
guillotina, que no falte), aluciné con Nita Strauss (la nueva guitar-hero que
lleva en la banda) y tuve tiempo de volver a ver que quien tuvo, retuvo, paso
previo a la salida al escenario de los reyes de la noche.
“Crue
fans are the best” decía el reverso de una camiseta que tuve hace cerca de 25
años. Aunque el tiempo ha pasado y quizás ya no estén entre mis grupos de
cabecera como entonces, nunca dejaron de ser para mí un referente del hard-rock
laquero y macarra y, por ello, me apetecía despedirlos antes de que el próximo
31 de diciembre (supuestamente) cierren el chiringuito y pasen a dedicarse a
otra cosa.
Con
un escenario dominado por la batería-montaña rusa que llevan en esta gira,
salieron a escena dispuestos a noquear, con esos dos puñetazos en la cara que
son “Girls, Girls, Girls” y “Wild Side”, adornados con pirotecnia, llamaradas
de fuego y un par de bailarinas ligeras de ropa. Es decir: ni más ni menos que
lo que uno espera cuando va a ver a Mötley Crüe.
Tras ellos, un repertorio de grandes éxitos cercano a lo previsto, con algunos momentos cumbre (“Shout at the Devil”, “Same Ol' Situation (S.O.S.)”, “Looks That Kill” o “Smokin' in the Boys' Room”), otros algo más flojos (“Mutherfucker of the Year”) y algún detalle de calidad de esos que no se olvidan (oírles hacer el “Anarchy in the U.K.” en Londres, no tiene precio) que nos llevaron al ecuador de show.
Hago
balance mental y, hasta ese instante, la valoración es sumamente positiva: la
garganta de Vince aguanta (sorprendentemente) bien. Los dedos de Mick
demuestran que, a pesar de su enfermedad, sigue siendo un guitarrista magnífico
e de inconfundible estilo. Nikki se mueve sin parar, con su habitual gran
presencia escénica, siendo además el encargado de agradecer su apoyo a los fans, con un emotivo discurso. Y Tommy aporrea su batería como si
no hubiera mañana.
Hay
que decir que el momento está muy logrado y resulta sencillamente espectacular.
Si bien, por poner un pero, me pregunto qué porcentaje del gasto total de producción
del espectáculo ha ido destinado a esos simples 10 minutos y cuántos otros
trucos se podrían haber realizado en su lugar, de haber sido mejor repartidos a
lo largo del concierto. Pero, obviando este detalle, si lo que buscaba la banda
era que la gente saliera del show hablando del solo de batería, está claro que el
objetivo se encuentra claramente logrado.
Termina
el turno de Tommy y comienza el de un Mick Mars que, durante otros 10 minutos,
desgrana un solo de guitarra brillante y muy en su estilo, pero que, he de
decir, se me hizo algo pesado y repetitivo. Así que agradecí la vuelta completa
de la banda al escenario, atacando con un “Saints of Los Angeles” que me sonó
algo menos potente de lo esperado.
A
partir de ahí, recta final del show, con una terna de lujo (“Live Wire”, “Dr.
Feelgood” y “Kickstart My Heart”) que, esa sí, sonó brutal. Dos brazos
articulados laterales (similares a los que llevaban KISS en su última gira)
comenzaron a moverse con Vince Neil subido en uno y Nikki Sixx en el otro,
mientras la banda decía adiós a los fans entre más pirotecnia y llamaradas de
fuego.
La
gente pedía más y, por supuesto, lo tuvimos. Los focos se encendieron de nuevo
mientras los cuatro miembros se desplazaron a un pequeño escenario central, en
el que habían colocado un piano. Tommy se sentó en él y comenzó a desgranar las
primeras notas de un “Home Sweet Home” que sonó a gloria bendita, mientras las
pantallas gigantes del recinto proyectaban imágenes de toda la carrera de la
banda. Sin duda fue un momento mágico y emotivo, que puso el colofón a una
brillante noche.
“All bad things must come to an end” es el
lema que Mötley Crüe han escogido para esta última gira. Y quién mejor que
ellos para decidir si esto debe o no ser así. Pero, a mí, que queréis que os
diga, amigos. Visto lo visto esta noche, me parece una auténtica pena…
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