Lemmy, Bowie y, ahora, Prince.
Los tres se nos han quedado por el
camino en los últimos meses, de forma repentina e inesperada. Son días tristes
para todos los que amamos la música y lloramos sus pérdidas de forma sincera. Nuestros
ídolos van cayendo y, con ellos, se termina una era. Me preocupa tremendamente pensar cuántas otras noticias como éstas vamos a tener que hacer frente, de forma
inevitable, en los próximos años. Siempre nos quedará como consuelo, eso sí, la
pervivencia de su legado.
Nunca tuve a Prince entre mi grupo de
artistas más predilectos, pero siempre mi respeto hacia él fue máximo. Cuando
alguien me pedía opinión, yo siempre respondía lo mismo: Prince es, ni más ni
menos, que uno de los mayores genios de la historia de la música moderna.
Alguien adelantado siempre a su tiempo, capaz de componer de forma excelsa,
cantar como pocos y tocar la guitarra (y el piano) con un virtuosismo difícil
de igualar. Un extraterrestre, como lo fuera también Jimi Hendrix.
Pero para mí, Prince, además de todo ello,
siempre será aquel tipo que cometió una de las mayores brutalidades artísticas
del siglo: llenar, en el verano de 2007, las 20.000 butacas del O2 Arena
londinense, durante 21 noches de forma consecutiva, interpretando un repertorio
completamente distinto cada noche. Y, por si eso fuera poco, 12 de las 21
noches tuvieron además premio extra para cerca de 3.000 afortunados, con una
segunda actuación sorpresa en la sala Indigo ubicada en el mismo recinto del
O2. En total, cerca de medio millón de personas asistieron a esos 33 shows y le
vieron interpretar 819 canciones (616 en el O2 Arena y 203 en el Indigo)… números
que asustan y solamente quedan a la altura de eso, de un genio.
Yo, tristemente, nunca tuve la
oportunidad de verle en directo y bien que me pesa. En los últimos años
pasó a ser para mí una pieza de “caza mayor”. Alguien que estaba en los
primeros puestos de mi lista de artistas a los que quería tener frente a frente
sobre un escenario. Pero el genio de Minneapolis se nos ha ido antes de tiempo y,
con él, la esperanza de poder cumplir mi deseo. Descanse en paz.
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