Ver a AC/DC con Axl Rose como cantante no deja de ser
algo extraño, e incluso hasta un poco esperpéntico. De eso creo que no cabe
duda. Tan extraño y esperpéntico como lo fuera ver a Queen con Paul Rodgers, a
The Doors con Ian Astbury, a los Faces con Mick Hucknall o a Thin Lizzy con
Ricky Warwick, por poner algunos otros ejemplos sobre los que se adoptó similar
fórmula.
Por supuesto que, de haber podido elegir, la mayoría
de los fans hubiéramos preferido que las cosas siguieran como antes. Y que
AC/DC estuvieran girando ahora mismo, no sólo con Brian a la voz, sino también
con Malcom a la guitarra y Phil Rudd a la batería. Pero las situaciones vienen
como vienen y, en este caso, creo que de poco sirve lamentarse y cabrearse.
¿Acaso no es mejor intentar ver la parte positiva del asunto? Porque, por si
alguien lo dudaba, os diré que la hubo. Y, además, mucha.
Habrá quien piense que, sin Brian, Malcom y Phil, lo
más sensato hubiera sido colgar las botas y poner punto final a la historia. Y
habrá quien crea que el único motivo para seguir adelante con esta gira es el verde
color del dinero. Yo, personalmente, me abono a ambas teorías. Pero, a la vez,
me parecen compatibles con el hecho de intentar disfrutar de un evento único,
distinto e histórico. Dos pesos pesados del rock uniendo fuerzas en un mismo
escenario.
Axl y Angus son tipos lo suficientemente curtidos ya
en este negocio como para saber que en esa noche lisboeta se jugaban algo más
que su reputación. De salir airosos del envite, no tendrían problemas para encaminar
de forma triunfal el resto de la gira. De ir mal, en cambio, ambos estarían
cavando su propia tumba musical. Eso es algo que tenía meridianamente claro
desde el momento en que se anunció que el excéntrico pelirrojo sería quien
llevase las riendas vocales de la banda. Así que, no sólo ni me planteé
deshacerme de mi entrada, sino que, días previos, estaba plenamente convencido
de que íbamos a vivir algo grande.
De Angus, creo que no cabe dudar. Él siempre tira de
la banda en directo y, si acaso, esta noche lo hizo aún más, intentando tapar cada
hueco escénico creado tanto por la ausencia de Brian, como por la obligación de
que Axl permaneciera todo el show sentado por culpa de su aun maltrecha pierna
izquierda.
Pero la atención de la audiencia, no estaba esta vez tan
puesta como de costumbre en el pequeño guitarrista y sí en el cantante invitado.
Ahí es donde realmente residían nuestras dudas. Y dos canciones fueron más que
suficientes para despejarlas. Su exhibición vocal y las ganas que le vimos
poner hicieron que, tras finalizar la interpretación de las iniciales “Rock or
Bust” y “Shoot To Thrill”, los presentes ya tuviéramos claro que
aquello pintaba realmente bien.
“Hell Ain't a Bad Place to Be”, “Back in black”, “Dirty
Deeds”. Uno tras otro, los temas clásicos fueron cayendo y nuestra buena percepción continuaba.
Para entonces, la interminable lluvia que nos había acompañado todo el día,
había cesado ya. El sonido acompañaba, la banda parecía sentirse cómoda y Axl estaba
cantando mejor de lo que cualquiera pudiéramos haber imaginado. ¿Había algo más que pudiéramos pedir a la noche? Quizás sí: que nos dieran algún regalo inesperado…
Hace ya muchos años que los conciertos de AC/DC vienen
siendo, para bien o para mal, sota, caballo y rey. Uno ya sabe, de entrada, el
repertorio que van a tocar y los trucos que van a realizar en cada momento. Sin
cambios ni lugar alguno a la sorpresa. Y precisamente aquí, en la sorpresa
y las novedades en el repertorio, es donde vino ese deseado regalo que mejoró aún más la velada: “Rock 'n' Roll Damnation”, “Given the Dog a Bone”, “Riff
Raff”…
Sí amigos, habéis leído bien: “Rock 'n' Roll
Damnation” y “Riff Raff”. La primera, llevaba sin interpretarse en concierto desde
2003. La segunda, desde 1979, que se dice bien y pronto. Y ambas sonaron a gloria
bendita.
Quizás fuera porque el tono de voz de Axl se mostró más
parecido al del añorado Bon Scott que al del defenestrado Brian Johnson. O
quizás porque simplemente la banda quiso dar ese caramelo a sus “old school” fans
para compensarles por los disgustos y la incertidumbre vivida. Pero el hecho es
que, nunca en los últimos tiempos, AC/DC habían decidido tocar en directo tan
pocos temas recientes (sólo 4 del total de 22 interpretados correspondían a
discos posteriores a 1981) y tantos de la primera etapa, como esta noche en
Lisboa. ¡Hasta un total de 11 de los que sonaron pertenecían a la era Bon Scott!
De largo, el mejor setlist que les he visto hacer en las cinco veces que he podido
tenerlos frente a frente.
Para cuando los cañones salieron a escena y, con ellos,
supimos que el show estaba a punto de terminar, creo que teníamos ya
claro que el histórico concierto quedaba sellado con alta nota. El derroche
vocal de Axl había sido absoluto, dando incluso la sensación de tener fuelle de
sobra para mucho más. Y, su actitud, intachable toda la noche, algo sorprendentemente
raro en él. Con cara de estar pasándolo bien, respeto absoluto hacia la
banda, simpatía para con la audiencia y entregado a la ocasión. Ni un pero que
ponerle.
Imagino que, cuando este breve tramo de conciertos finalice,
AC/DC habrán salvado dignamente la difícil papeleta que se encontraron con la
salida de Brian Johnson. Axl habrá aumentado, aún más, su cuota de popularidad,
antes de retomar con Guns N’ Roses la que será la gira estrella del próximo
año. Ambos habrán ganado mucha pasta. Y los fans habrán podido ser testigos de
un acontecimiento que figurará en todos los anecdotarios musicales a partir de
ahora. A eso le llamo yo una situación win-win en toda regla.
Así que, por lo que a mi respecta: For those about to rock… We salute you!
Así que, por lo que a mi respecta: For those about to rock… We salute you!
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