miércoles, 11 de mayo de 2016

AC/DC - Passeio Maritimo de Algés (Lisboa), 07/05/2016


Ver a AC/DC con Axl Rose como cantante no deja de ser algo extraño, e incluso hasta un poco esperpéntico. De eso creo que no cabe duda. Tan extraño y esperpéntico como lo fuera ver a Queen con Paul Rodgers, a The Doors con Ian Astbury, a los Faces con Mick Hucknall o a Thin Lizzy con Ricky Warwick, por poner algunos otros ejemplos sobre los que se adoptó similar fórmula.

Por supuesto que, de haber podido elegir, la mayoría de los fans hubiéramos preferido que las cosas siguieran como antes. Y que AC/DC estuvieran girando ahora mismo, no sólo con Brian a la voz, sino también con Malcom a la guitarra y Phil Rudd a la batería. Pero las situaciones vienen como vienen y, en este caso, creo que de poco sirve lamentarse y cabrearse. ¿Acaso no es mejor intentar ver la parte positiva del asunto? Porque, por si alguien lo dudaba, os diré que la hubo. Y, además, mucha.



Habrá quien piense que, sin Brian, Malcom y Phil, lo más sensato hubiera sido colgar las botas y poner punto final a la historia. Y habrá quien crea que el único motivo para seguir adelante con esta gira es el verde color del dinero. Yo, personalmente, me abono a ambas teorías. Pero, a la vez, me parecen compatibles con el hecho de intentar disfrutar de un evento único, distinto e histórico. Dos pesos pesados del rock uniendo fuerzas en un mismo escenario.

Axl y Angus son tipos lo suficientemente curtidos ya en este negocio como para saber que en esa noche lisboeta se jugaban algo más que su reputación. De salir airosos del envite, no tendrían problemas para encaminar de forma triunfal el resto de la gira. De ir mal, en cambio, ambos estarían cavando su propia tumba musical. Eso es algo que tenía meridianamente claro desde el momento en que se anunció que el excéntrico pelirrojo sería quien llevase las riendas vocales de la banda. Así que, no sólo ni me planteé deshacerme de mi entrada, sino que, días previos, estaba plenamente convencido de que íbamos a vivir algo grande.

Y sí amigos, le pese a quien le pese, he de decir que el concierto fue magnífico.



De Angus, creo que no cabe dudar. Él siempre tira de la banda en directo y, si acaso, esta noche lo hizo aún más, intentando tapar cada hueco escénico creado tanto por la ausencia de Brian, como por la obligación de que Axl permaneciera todo el show sentado por culpa de su aun maltrecha pierna izquierda.

Pero la atención de la audiencia, no estaba esta vez tan puesta como de costumbre en el pequeño guitarrista y sí en el cantante invitado. Ahí es donde realmente residían nuestras dudas. Y dos canciones fueron más que suficientes para despejarlas. Su exhibición vocal y las ganas que le vimos poner hicieron que, tras finalizar la interpretación de las iniciales “Rock or Bust” y “Shoot To Thrill”, los presentes ya tuviéramos claro que aquello pintaba realmente bien.



“Hell Ain't a Bad Place to Be”, “Back in black”, “Dirty Deeds”. Uno tras otro, los temas clásicos fueron cayendo y nuestra buena percepción continuaba. Para entonces, la interminable lluvia que nos había acompañado todo el día, había cesado ya. El sonido acompañaba, la banda parecía sentirse cómoda y Axl estaba cantando mejor de lo que cualquiera pudiéramos haber imaginado. ¿Había algo más que pudiéramos pedir a la noche? Quizás sí: que nos dieran algún regalo inesperado…

Hace ya muchos años que los conciertos de AC/DC vienen siendo, para bien o para mal, sota, caballo y rey. Uno ya sabe, de entrada, el repertorio que van a tocar y los trucos que van a realizar en cada momento. Sin cambios ni lugar alguno a la sorpresa. Y precisamente aquí, en la sorpresa y las novedades en el repertorio, es donde vino ese deseado regalo que mejoró aún más la velada: “Rock 'n' Roll Damnation”, “Given the Dog a Bone”, “Riff Raff”…

Sí amigos, habéis leído bien: “Rock 'n' Roll Damnation” y “Riff Raff”. La primera, llevaba sin interpretarse en concierto desde 2003. La segunda, desde 1979, que se dice bien y pronto. Y ambas sonaron a gloria bendita.



Quizás fuera porque el tono de voz de Axl se mostró más parecido al del añorado Bon Scott que al del defenestrado Brian Johnson. O quizás porque simplemente la banda quiso dar ese caramelo a sus “old school” fans para compensarles por los disgustos y la incertidumbre vivida. Pero el hecho es que, nunca en los últimos tiempos, AC/DC habían decidido tocar en directo tan pocos temas recientes (sólo 4 del total de 22 interpretados correspondían a discos posteriores a 1981) y tantos de la primera etapa, como esta noche en Lisboa. ¡Hasta un total de 11 de los que sonaron pertenecían a la era Bon Scott! De largo, el mejor setlist que les he visto hacer en las cinco veces que he podido tenerlos frente a frente.



Para cuando los cañones salieron a escena y, con ellos, supimos que el show estaba a punto de terminar, creo que teníamos ya claro que el histórico concierto quedaba sellado con alta nota. El derroche vocal de Axl había sido absoluto, dando incluso la sensación de tener fuelle de sobra para mucho más. Y, su actitud, intachable toda la noche, algo sorprendentemente raro en él. Con cara de estar pasándolo bien, respeto absoluto hacia la banda, simpatía para con la audiencia y entregado a la ocasión. Ni un pero que ponerle.



Imagino que, cuando este breve tramo de conciertos finalice, AC/DC habrán salvado dignamente la difícil papeleta que se encontraron con la salida de Brian Johnson. Axl habrá aumentado, aún más, su cuota de popularidad, antes de retomar con Guns N’ Roses la que será la gira estrella del próximo año. Ambos habrán ganado mucha pasta. Y los fans habrán podido ser testigos de un acontecimiento que figurará en todos los anecdotarios musicales a partir de ahora. A eso le llamo yo una situación win-win en toda regla. 

Así que, por lo que a mi respecta: For those about to rock… We salute you!

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