viernes, 27 de noviembre de 2015

Crónica de un triplete en Londres (Parte 3): Tom Jones & Van Morrison (Domingo 8/11/15)


Después de dos noches de altura, en las que habíamos visto a Mötley Crüe, Alice Cooper y Tedeschi Trucks Band, llegaba el momento de poner el broche de oro al fin de semana. Y qué mejor forma que asistiendo a un show único y quizás irrepetible: Sir Tom Jones y Mr. Van Morrison, juntos por primera vez en un escenario.

Es curioso ver cómo, después de 50 años cada uno de carrera, muchas veces paralela e incluso entrelazada (a principios de los 90 llegaron a grabar juntos la canción “I'm Not Feeling It Anymore”), nunca hubieran coincidido en un escenario hasta esa noche. Y ha tenido que ser el Prudential BluesFest quien se apuntase el tanto de lograrlo. ¡Bravo por ellos!.


Con bastante puntualidad sobre el horario previsto, fue Van Morrison el encargado de abrir la velada, al ritmo de “Celtic Swing” y “Close Enough for Jazz”. He de decir que le recibí con cierto escepticismo, motivado por una experiencia anterior no del todo satisfactoria. Allá por 2003, vi al irlandés en Madrid y tengo un recuerdo algo extraño de aquel concierto. Desde el punto de vista musical, no hubo nada que reprocharle aquella noche: clase, calidad vocal y buen hacer con el instrumento. Pero todo lo que me gustó musicalmente, me desagradó como persona: carácter insoportable, egocéntrico y malhumorado. Con continuos gestos de “perdona vidas” al público y de maltrato a su banda. Vamos, un auténtico estúpido encima del escenario (que me perdonen los fans, pero aquello fue lo que sentí esa noche de hace 12 años).

¿Quizás fuera éste el momento de mi redención para con él? Desde luego que yo, aunque escéptico, había ido dispuesto a ello...

El clásico de negro spiritual “Sometimes I Feel Like a Motherless Child” consiguió sacar mis primeros aplausos sinceros de la noche. Me encanta ese tema y tengo que reconocer que la interpretación fue de gran altura. El show continúa in crescendo, desde el punto de vista musical, con “Days Like This” y, sobre todo, “Baby, Please Don't Go”, canción esta última que ya sea interpretada por AC/DC, Aerosmith o el propio Van Morrison, siempre resulta bienvenida.


El artista irlandés se muestra algo más hablador que la anterior vez que le vi. Parece incluso estar de buen humor, dentro de lo que cabe. Pero no por ello deja de lado su pose de “perdona vidas”, y eso es algo que no me gusta. Observo además un detalle que puede parecer nimio, pero me pone de mala leche: cuando sus músicos (excepcionales, por cierto) hacen un solo, se giran siempre hacia él, mostrándose demasiado encorsetados y sin poder tan siquiera mirar al público buscando un merecido aplauso. Parece obvio que se trata de órdenes del jefe, a quien está claro que no le apetece compartir ni una pizca de protagonismo del show. Decisión injusta y errónea, a mi modo de ver.

A partir de ese momento, la banda encadena una serie de temas lentos que hacen que pierda mi atención por momentos y logran incluso sacarme algún bostezoEs indudable la calidad musical de las interpretaciones, pero echo en falta un poco más de marcha. Puede sonar a tópico, pero me hubiera gustado oír “Brown Eyed Girl”, “Moondance” o “Gloria” y ninguna de las tres sonaron esta noche.

Llevamos en torno a una hora de concierto y, de momento, mi opinión es que se está desarrollando por cauces muy mejorables. Pero, de pronto, algo hace que la cosa cambie y yo recupere mi total atención y fe en lo que está por venir: Van Morrison anuncia que esa noche se encuentra con él un viejo amigo, a quien nos pide demos la bienvenida. Señoras y señores, Sir Tom Jones hace su aparición en escena.



Juntos interpretan a dúo cuatro temas (entre ellos el “Sticks & Stones” del maestro Ray Charles y el “I'm Not Feeling It Anymore” mencionado arriba), que resultan sin duda lo mejor de esta primera parte del espectáculo. Con ello se despiden y nos emplazan a un breve descanso, antes de dar paso a lo que promete ser el punto álgido de la velada.

He de reconocer que, tan sólo con ver la planta del Tigre de Gales aparecer por el escenario y oír su inconfundible tono de voz en esos cuatro temas, me he venido claramente arriba.

Sé que es una opinión personal mía que puede resultar chocante, pero hace tiempo que veo un gran paralelismo entre la carrera musical de Tom Jones y la que en su momento tuvo Johnny Cash. Éxito y elevación a los altares, bajada posterior a los infiernos y etapa final de redención y respeto absoluto y unánime de crítica y público. ¡Que me parta un rayo si los excepcionales tres últimos discos de Jones no huelen a los “American Recordings” de Cash desde kilómetros a la redonda! ¿Soy sólo yo o hay alguien más que lo piensa?


Mientras me hago estas reflexiones, las luces se apagan, el público se pone en pie y el escenario se llena de carisma con la entrada de Tom Jones y su banda, al ritmo del “Burning Hell” de John Lee Hooker. Las guitarras rugen y la interpretación vocal no puede ser mejor. Esto sí es lo que yo había venido a buscar.

Sin solución de continuidad, Tom presenta el siguiente tema diciendo que se trata de una de las canciones favoritas de un viejo amigo con el que compartió escenario hace tiempo en Las Vegas. El viejo amigo se llamaba Elvis Presley y la canción “Run On”, góspel blues tradicional que yo también adoro desde que se la oyera cantar al propio Elvis y se la viera hacer años atrás en directo a los Blind Boys of Alabama. Buff…¡menudo puntazo! Ahora sí que la cosa está que arde. Me da que vamos a disfrutar mucho en lo que nos queda por delante…

Otro par de covers de blues tradicional (“Didn't It Rain” y “Til My Back Ain't Got No Bone”), deliciosamente interpretadas, nos llevan hasta la primera prueba de fuego de la noche: “Sexbomb”. Y digo lo de prueba de fuego, porque tenía gran curiosidad por saber cómo el galés iba a dar encaje a esta canción dentro de un setlist en el que parecía no tenerlo. A mi modo de ver, tres eran las opciones: eliminarla del repertorio, tocarla tal cual fue concebida, o adaptarla a los nuevos (y mejores) tiempos que vive ahora el artista. Dado que, por petición popular, la primera no era factible, optó por la tercera, reinventándola de forma meritoria en clave de blues y consiguiendo que para nada desentonara con el resto.



La banda suena como un cañón, sin encorsetamientos absurdos y con cara de estar pasándoselo bien. Y, en contraposición a lo visto en Van Morrison, Tom Jones se muestra amable y encantador desde el primer momento, con continuos gestos de complicidad a sus músicos y palabras de agradecimiento al público.

El concierto transcurre por los mismos (estupendos) derroteros, con temas que mezclan aires country (“Tomorrow Night”, “Raise a Ruckus”) y góspel blues pantanoso (“Soul of a Man”, “Take My Love”, “Don't Knock”), hasta llegar al momento mágico de la velada, con la interpretación, apenas instrumentada y casi a capella, de esas dos joyas llamadas “Elvis Presley Blues” y “Tower of Song”. Confieso que se me pusieron los pelos de punta y los ojos vidriosos al oír como el galés ponía toda su alma cantando “I was thinking that night about Elvis, day that he died, day that he died”. Fantástico e inolvidable.

Si hay otro tema que no podía falta es “It's Not Unusual” y éste fue su momento. Al igual que con “Sexbomb”, su interpretación no fue la habitual que tantas veces hemos escuchado, sino una readaptación más acorde con la ocasión, cosa que personalmente también agradecí. Y con ello y “Baby, It's Cold Outside” (canción que uno imagina siendo tocado por una “big band” precisamente en Las Vegas), llegamos al final del concierto.


El artista se retira al camerino, pero la gente quiere y pide más. Así que no tarda en volver a salir, acompañado de nuevo esta vez por Van Morrison. Juntos se marcan otros tres temas (“What Am I Living For?”, “Goodnight, Irene” y el magnífico “Sometimes We Cry”), antes de despedir la noche por todo lo alto con “Strange Things Happening Every Day”,  un boogie-woogie blues de esos que te hacen mover la pierna como si no hubiera mañana.

Van Morrison se retira con la banda, mientras Tom Jones se queda solo en el escenario, mira al público de forma sincera, vuelve a darnos las gracias por la asistencia al concierto y nos dedica un “God bless you” final. Un auténtico gentleman. Sin duda, el gran triunfador de la noche y quizás del fin de semana. Gracias a ti, Tom. Espero que volvamos a vernos pronto.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Crónica de un triplete en Londres (Parte 2): Tedeschi Trucks Band (Sábado 7/11/15)


Desde que conozco a Tedeschi Trucks Band siempre pensé que se trata de una banda harto difícil de ver en España. No debe ser precisamente barata de caché (son 12 músicos en escena, todos ellos de gran nivel) y tampoco goza del suficiente reconocimiento en nuestro país como para poder poner los tickets altos de precio y cubrir con ello los costes. Pero amigos, Londres es harina de otro costal: ambiente de gala y sold-out de entradas en ese precioso recinto, llamado Indigo, que se ubica dentro del O2 Arena.


Tanto la actuación de la banda ese día, como la de Tom Jones y Van Morrison que veríamos el día siguiente, forman parte del programa del Prudential BluesFest, un certamen que lleva ya 3 años celebrándose en la capital inglesa, con extraordinaria acogida. Es por ello que, todos los rincones del recinto, se encontraban engalanados para la ocasión con banderolas conmemorativas.


Tomamos asiento en la parte superior del teatro y lo primero que nos llama la atención es la disposición del escenario: ¡no hay en él una, sino dos baterías dispuestas a ser tocadas! Según lo veo, me vienen a la mente imágenes de conciertos de la Allman Brothers Band. Y pienso que, inequívocamente, el tener dos baterías a la vez, es algo a lo que Derek Trucks ha debido coger el gusto después de un buen puñado de años tocando su guitarra ellos.

Porque no conviene olvidar quiénes son los capos y donde surge esta Tedeschi Trucks Band: de la unión, no sólo musical, sino también personal (son matrimonio) de Susan Tedeschi, artista de blues-rock altamente reputada en su EE.UU. natal, y Derek Trucks, niño prodigio de la guitarra que, en 1999 y con sólo 20 años, fue reclutado por los míticos Allman Brothers para sumarse a su banda.

Los músicos salen a escena con “Break In The Road”, un tema de esencia funky y alma negra que pone ya la sala patas arriba, al que le siguen Laugh About It” (una nueva composición que suena estupenda) y el formidable “Do I Look Worried” extraído de su último álbum de estudio.



¡Madre mía! Apenas llevamos tres canciones y aquello ya apunta a noche épica. Tres vientos, tres coristas, teclado, bajo y los dos mencionados baterías, acompañan a Derek y Susan. Y, sinceramente, no sabría decir quién de los doce destila más clase y feeling por sus poros. Mención aparte merece el sonido de la sala, claro y lo suficientemente nítido como para distinguir perfectamente cada instrumento. Hasta el momento, la cosa marcha sobre ruedas.

Sin solución de continuidad, llega a nuestros oídos una melodía que creo nos resulta reconocible a todos desde la primera nota. Se trata, ni más ni menos, que del “Something” de los Beatles, interpretado, para variar, de forma maravillosa.

Dos temas propios (“Made Up Mind” y “Midnight in Harlem”), extraídos de cada uno de los dos discos editados hasta el momento por la banda, otro perteneciente a la carrera de Derek en solitario (“Don't Miss Me”) y un medley instrumental, con protagonismo de los baterías, nos hacen llegar, tras una hora de show, al final del primer set.



Como es habitual también en los conciertos de los Allman Brothers, tenemos por delante media hora de descanso, antes del inicio de la segunda parte. Así que aprovechamos para hacer balance del magnífico espectáculo vivido hasta ese momento y debatimos sobre quién tiene más peso y carisma, y con quién nos quedaríamos si pudiéramos elegir.

Soy un amante de la guitarra y, por tanto, debería quedarme con Derek, un auténtico maestro, cuya pericia con el “slide” resulta espectacular y difícilmente superable. Pero claro, tener a una mujer como Susan encima del escenario, lo cambia absolutamente todo…Atractiva, encantadora, con una voz de quitar el hipo y no precisamente manca con la guitarra. Bufff…definitivamente, lo siento por el amigo Derek, pero la elijo a ella.

En cualquier caso, la unión hace la fuerza y la de esta banda es mucha, como nos demostraron esta noche.

Let Me Get By” dio inicio a la segunda parte del concierto, manteniendo la línea argumental donde lo habíamos dejado. Es decir, mucho feeling y toneladas de groove. Tras él, suena “The Letter”, la primera de las dos versiones de Joe Cocker que oiremos esta noche (la otra será “Sticks and Stones”, que interpretarán casi a continuación). Y por si Susan aún se había lucido poco, van nuestros amigos y deciden marcarse un “Bird on the Wire” de Leonard Cohen, que creo nos puso los pelos de punta a todos los presentes.

El tren continúa a toda velocidad, hasta que, después de otro par de versiones (“Let's Go Get Stoned” y “I Pity the Fool”) y dos temas propios más (“I Want More” y el fantástico “Idle Wind” de su último disco), deciden poner el freno y terminar con el show.

Miro al reloj y me doy cuenta de que el segundo set ha durado una hora y llevamos ya dos y media desde que empezara el concierto. Pero creedme que estamos disfrutando tanto, que se nos ha pasado volando. Y aún queda por venir lo mejor...



El público ruge y la banda compadece de nuevo en escena, para retomar el homenaje a los Beatles que, canciones atrás, comenzaran con “Something”. En esta ocasión, la elegida es “I've Got a Feeling” y el feeling no pudo ser mejor. Si en ese momento hubieran decidido retirarse de nuevo a los camerinos para no volver, lo habrían hecho ya por la puerta grande. Pero quisieron poner la guinda al pastel. Y qué mejor forma que “With a Little Help From My Friends”. Soberbio, amigos. Soberbio.

Con una sonrisa de oreja a oreja abandonamos la sala, dando gracias al blues, al soul, al gospel, al rock y, por supuesto, a ellos, por la noche vivida. ¡Qué gran banda ésta, la de Derek y Susan!

martes, 17 de noviembre de 2015

Crónica de un triplete en Londres (Parte 1): Mötley Crüe + Alice Cooper (Viernes 6/11/15)


Cuando allá por el mes de junio tuve que claro que Mötley Crüe no traerían su “Final Tour” a España, comencé a plantearme otras alternativas para verlos fuera. Y, como de costumbre en los últimos años, Londres fue la agraciada con mi decisión. Primero, porque la ciudad en sí me atrae enormemente. Y, segundo, porque su gran variedad de actividades musicales casi a diario, siempre me permite añadir algún otro concierto al plan, para completar de la mejor forma la escapada. En esta ocasión, la diosa fortuna se puso de mi parte e hizo que tres shows de altísimo nivel (Mötley Crüe y Alice Cooper el viernes, Tedeschi Trucks Band el sábado y Tom Jones y Van Morrison el domingo) encajasen cual guante en mi agenda de fin de semana. Ésta es una breve crónica de lo vivido:

Noche 1, Viernes 6/11/15: Mötley Crüe + Alice Cooper (The SSE Arena Wembley, Londres)


Vi a Alice no hace muchos años en nuestro país, cuando trajo consigo su “Theatre of Death” y guardo un enorme recuerdo de ello. Por ese motivo, tenía ganas de volverle a meter mano, aun siendo como telonero. Pero, entre que llegué algo tarde al show, debido a algunos problemas logísticos, y que en esta ocasión, al no ser el artista principal, disponía de tiempo reducido (una hora), su actuación se me hizo enormemente corta. Aun así, disfruté de algunos de sus clásicos (“Poison”, “Feed My Frankenstein” o un enorme medley de “School's Out” y “Another Brick in the Wall”), me divertí con sus números circenses (el de la guillotina, que no falte), aluciné con Nita Strauss (la nueva guitar-hero que lleva en la banda) y tuve tiempo de volver a ver que quien tuvo, retuvo, paso previo a la salida al escenario de los reyes de la noche.


Crue fans are the best” decía el reverso de una camiseta que tuve hace cerca de 25 años. Aunque el tiempo ha pasado y quizás ya no estén entre mis grupos de cabecera como entonces, nunca dejaron de ser para mí un referente del hard-rock laquero y macarra y, por ello, me apetecía despedirlos antes de que el próximo 31 de diciembre (supuestamente) cierren el chiringuito y pasen a dedicarse a otra cosa.

Con un escenario dominado por la batería-montaña rusa que llevan en esta gira, salieron a escena dispuestos a noquear, con esos dos puñetazos en la cara que son “Girls, Girls, Girls” y “Wild Side”, adornados con pirotecnia, llamaradas de fuego y un par de bailarinas ligeras de ropa. Es decir: ni más ni menos que lo que uno espera cuando va a ver a Mötley Crüe.


Tras ellos, un repertorio de grandes éxitos cercano a lo previsto, con algunos momentos cumbre (“Shout at the Devil”, “Same Ol' Situation (S.O.S.)”, “Looks That Kill” o “Smokin' in the Boys' Room”), otros algo más flojos (“Mutherfucker of the Year”) y algún detalle de calidad de esos que no se olvidan (oírles hacer el “Anarchy in the U.K.” en Londres, no tiene precio) que nos llevaron al ecuador de show.

Hago balance mental y, hasta ese instante, la valoración es sumamente positiva: la garganta de Vince aguanta (sorprendentemente) bien. Los dedos de Mick demuestran que, a pesar de su enfermedad, sigue siendo un guitarrista magnífico e de inconfundible estilo. Nikki se mueve sin parar, con su habitual gran presencia escénica, siendo además el encargado de agradecer su apoyo a los fans, con un emotivo discurso. Y Tommy aporrea su batería como si no hubiera mañana.

Todo marcha según lo previsto, en el momento en que las luces se apagan y comienza a sonar una grabación con el Carmina Burana. Sospecho que no es sino la preparación del momento estelar circense de la noche. En la anterior gira fue una noria y, esta vez, está claro que se busca el más difícil todavía: Tommy Lee se dispone a realizar su solo de batería (musicalmente prescindible, por otra parte) sobre un armazón de hierro, con forma de montaña rusa, que llega hasta la mitad del recinto. Durante cerca de 10 minutos, la batería se desplaza, ida y vuelta, de principio a fin de la montaña rusa, mientras Tommy aporrea su instrumento, con la añadida dificultad de estar literalmente muchos metros por encima del suelo y, en ocasiones, incluso boca abajo.


Hay que decir que el momento está muy logrado y resulta sencillamente espectacular. Si bien, por poner un pero, me pregunto qué porcentaje del gasto total de producción del espectáculo ha ido destinado a esos simples 10 minutos y cuántos otros trucos se podrían haber realizado en su lugar, de haber sido mejor repartidos a lo largo del concierto. Pero, obviando este detalle, si lo que buscaba la banda era que la gente saliera del show hablando del solo de batería, está claro que el objetivo se encuentra claramente logrado.

Termina el turno de Tommy y comienza el de un Mick Mars que, durante otros 10 minutos, desgrana un solo de guitarra brillante y muy en su estilo, pero que, he de decir, se me hizo algo pesado y repetitivo. Así que agradecí la vuelta completa de la banda al escenario, atacando con un “Saints of Los Angeles” que me sonó algo menos potente de lo esperado.

A partir de ahí, recta final del show, con una terna de lujo (“Live Wire”, “Dr. Feelgood” y “Kickstart My Heart”) que, esa sí, sonó brutal. Dos brazos articulados laterales (similares a los que llevaban KISS en su última gira) comenzaron a moverse con Vince Neil subido en uno y Nikki Sixx en el otro, mientras la banda decía adiós a los fans entre más pirotecnia y llamaradas de fuego


La gente pedía más y, por supuesto, lo tuvimos. Los focos se encendieron de nuevo mientras los cuatro miembros se desplazaron a un pequeño escenario central, en el que habían colocado un piano. Tommy se sentó en él y comenzó a desgranar las primeras notas de un “Home Sweet Home” que sonó a gloria bendita, mientras las pantallas gigantes del recinto proyectaban imágenes de toda la carrera de la banda. Sin duda fue un momento mágico y emotivo, que puso el colofón a una brillante noche.

All bad things must come to an end” es el lema que Mötley Crüe han escogido para esta última gira. Y quién mejor que ellos para decidir si esto debe o no ser así. Pero, a mí, que queréis que os diga, amigos. Visto lo visto esta noche, me parece una auténtica pena…

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