jueves, 28 de septiembre de 2017

The Rolling Stones – Estadio Olímpico (Barcelona), 27/09/2017


Me resulta complicado tratar de ser objetivo al hablar de los Stones. No sólo son la banda mejor y más importante de la historia del rock. Son mi banda. Esa con la que he crecido, que tantas alegrías me ha dado y a la que llevo años siguiendo de forma incondicional. La banda de mi vida. Y por ello, soy de la opinión de que, simplemente el hecho de poder, a estas alturas, seguir disfrutando de ellos encima de un escenario, ya es motivo de felicidad y agradecimiento. Algo que sé que echaré mucho de menos cuando no estén.

Pero ayer en Barcelona, mi sensación fue algo agridulce

Dulce por tenerlos otra vez delante de mis narices. Dulce por ser testigo, nuevamente, de una colosal actuación de Mick y Ronnie, ambos inmensos toda la noche. Dulce por asistir a otra “master class” de Charlie, quien, además, estuvo más sonriente que de costumbre. Dulce porque, a pesar de llevar ya un buen puñado de conciertos suyos a mis espaldas, cinco de los veinte temas que sonaron ayer (“Just Your Fool”, “Ride 'Em on Down”, “Slipping Away”, “Rocks Off” y ¡¡¡”Under My Thumb”!!!), era la primera vez que los oía en directo, algo que dice mucho en favor de un grupo al que sus detractores acusan de “tocar siempre las mismas canciones”. 

Y dulce porque...¡diablos!, volví a emocionarme, a saltar, a cantar hasta desgañitarme y a vibrar como siempre que los tengo delante.


Dulce y, sin embargo, a la vez algo agria, por darme cuenta de que, definitivamente, Keith ya no está para estos trotes. 

Sí, sé que hace años que son habituales sus altibajos y sus errores en directo. Pero, a pesar de ello, hasta ahora, yo era el primero que le perdonaba y justificaba todo. ¡Incluso en su tour de 2014, no sé si llevado por mi pasión, creí verle mejor que en años precedentes!. 

Pero ayer, su actuación fue descorazonadora. Apático, ausente, fallón y dando la sensación de estar ya de vuelta de todo y hastiado de interpretar un papel en el que me da que ha dejado de creer.


Habían transcurrido los primeros seis temas de la velada y llegaba el momento en el que Mick, como cada noche, tenía que presentar la canción seleccionada por el público a través de sus votaciones y que interpretarían a continuación. 

Pero no fue posible. Antes de que pudiera hacerlo, Keith entró en falso con el riff de guitarra de “Rocks Off” y no sólo arruinó la presentación, sino que desconcertó completamente al propio Mick, quien creo estuvo a puntito incluso de parar el tema

Amigos, nunca hasta ayer había visto a Jagger en esa situación, lanzando esas miradas de desaprobación a Richards y haciendo esos gestos de sorpresa al resto de sus compañeros.


Transcurridas tres canciones más, nos encontrábamos en el ecuador del concierto. Y, con él, llegaba el momento, también habitual, en el que Mick debía presentar a la banda y abandonar el escenario para darse un respiro, mientras Keith tomaba el mando de la voz durante un par de temas. Pero ayer, tampoco este trámite salió como el resto de noches. 

En lugar de comenzar inmediatamente con el primero de estos temas (“Happy”), Keith se quedó impertérrito y como bloquedado frente al micro, sin poder pronunciar palabra y mirando arriba y abajo durante unas decenas de segundos que parecieron una eternidad. Confieso que llegué incluso a preocuparme por él, pensando que le estaba sucediendo algo. Finalmente volvió en sí y “Happy” pudo arrancar, pero era más que evidente que algo no iba bien.


Son sólo dos ejemplos de situaciones ocurridas ayer, que estuvieron intercalados entre algunos momentos más lúcidos (se me viene, por ejemplo, a la cabeza, el solo de guitarra de “It’s only Rock&Roll”, en su sitio y bien tocado) y otros (la mayoría) que no tanto. 

Quizás solamente se trató de un mal día (he oído que andaba algo acatarrado y puede que eso también influyera). Pero, no os voy a engañar. Mi sensación general sobre el estado del amigo Richards no fue para nada halagüeña.


Lamento que quizás pueda parecer que, el tono agrio de la crónica, pesa más que el dulce. No amigos, tampoco pretendo ni quiero que os llevéis esa idea de lo vivido ayer. 


Un concierto de los Stones siempre es sinónimo de alegría, de nervios previos, de emoción, de desmadre...En definitiva, sinónimo de Rock&Roll. Y ¡qué carajo! Ayer, ninguna de esas cosas faltaron a su cita.

En apenas tres semanas, volveré a verlos en París. Y espero, para entonces, tener que comerme mis palabras y poder contaros aquí que todo era una falsa alarma y el jodido Keith está hecho un chaval. Quizás os lo cuente, sí. Pero, si eso sucede, no olvidéis que, a veces, la pasión no le deja a uno ser demasiado objetivo...

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