Andrés Calamaro es un tipo peculiar. Creo que de eso no hay ninguna duda. Un músico tan talentoso y prolífico, como anárquico a la hora de conducir su carrera, tanto dentro del estudio como fuera de él. Alguien que se ha ganado con los años el poder autoconsiderarse por encima del bien y del mal, el hacer en cada momento lo que le viene en gana. Y esto (lo de poder pasar de la industria, de las modas y hasta del público), en ocasiones puede estar bien, pero también puede llegar a descolocar a sus fans, como creo que está ocurriendo. Últimamente, en sus apariciones se le ve cada vez más ¿disperso? (¿colocado?) y la configuración e interpretación de sus conciertos resulta cuanto menos extraña.
Esa es mi opinión personal, aunque tampoco me considero docto en la materia. Pero sí tengo un amigo (Rubén) “calamarista” hasta la médula y cuyo juicio en esta ocasión me parece más apropiado. No en vano, habrá visto al argentino en directo no menos de una docena de veces (muchas de las cuales, teniendo que recorrer cientos de kilómetros para ello) y creo que sólo ésto le da la suficiente entidad como para que su opinión sea tenida muy en cuenta. Ayer le pregunté que qué le pareció el show del pasado sábado en Pucela y él me contestó por email con la interesante reflexión que os reproduzco a continuación:
El sábado a la noche (como diría el propio Andrés) muchos de los que salimos del concierto de Calamaro en Valladolid nos fuimos con malas vibraciones. Supongo que cualquier persona que le guste mínimamente el rock y haya ido a unos cuantos conciertos se sabe las normas del juego: El artista sale con temas potentes para calentar al personal, sigue con lo más reciente de su discografía, y normalmente hay un momento de descanso, para el público y la banda, con temas más tranquilos. Después sube la intensidad del concierto y llega la traca final. El público pide al artista que toque más, y éste vuelve a la carga en los bises para que salgas del concierto "de subidón".
Todos sabemos que Calamaro es un heterodoxo, y nos gusta, pero si no respetas las normas de tu profesión lo normal es que tu público te pierda el respeto. Un concierto de rock no se puede ver sentado, no puede ser interrumpido tantas veces por temas que no vienen al caso, y si tu público te pide más en el tiempo y forma establecidos, tienes que salir y contentar al público, que es el que manda (respetando al artista, por supuesto) y paga.
Sería demasiado largo analizar todos los cambios que han supuesto para la música las nuevas tecnologías. Creo que hay artistas que se sienten más seguros en directo que otros, y creo que Calamaro es un claro ejemplo de gran profesional en el estudio y, hasta ahora, cumplidor en el escenario. No dudo de que técnicamente su banda actual (MVP) es muy buena, y que él estuvo muy bien en los temas finales del concierto, pero... delante de mí había un tipo bailando con su novia como si aquello fuera un guateque. Es obvio que uno de los dos sobrábamos allí. No se puede pretender llegar a todo el público. Ese tío no sabe distinguir una guitarra de un bajo (como Calamaro apostilló al final de un tema). Si él salió contento... a mí me han timado. Si ya no se venden discos, pues habrá que cuidar al público, cuidar a la gente que le gusta la música de verdad y no a los que se apuntan a un bombardeo y les da lo mismo Bisbal que los Mötörhead.
Las comparaciones son odiosas, pero un claro ejemplo de artista que sí sabe el tipo de público al que se dirige, y lo cuida, es Loquillo. Ha cambiado de estilo, ha evolucionado, pero en su inmensa mayoría tiene el mismo público, y en los conciertos no los defrauda. Cuando toca rock 'n' roll se va a botar a la Riviera, y si toca recitar poesía se va a un teatro, pero no se confunden churras con merinas. El sábado Calamaro lo hizo, diga lo que diga el cronista del ABC o Efe Eme. Calamaro sabe perfectamente lo que quiere su público y lo sabe hacer. No se puede pretender inventar la pólvora. Espero que no vuelva a confundir la originalidad con la dejadez insípida.
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