Hace justo siete años, hablé
aquí de aquellas veces en las que, por distintos motivos, más he lamentado perder la
oportunidad de asistir a un concierto. De cuando los Ramones o Willy Deville actuaron
en el polideportivo de mi barrio. De cuando pude y no quise ir a ver a los
Stones en Gijón (¡con los Black Crowes de teloneros!). De cuando dejamos agotar
ante nuestros ojos la posibilidad de ver a Angus y sus chicos en la gira de
Stiff Upper Lip. En definitiva, de mis grandes traumas “conciertísticos”.
Y todo vino traído a colación
de Roger Waters y su tour de “The Wall”, cuyo paso por nuestro país también me
perdí en 2011. En aquel momento, os conté que no era yo un gran fan de Pink
Floyd pero que, aun así, tenía la intuición de que aquel concierto me habría encantado
y por ello lamentaba haberme quedado sin entradas.
Recuerdo escribir aquellas líneas
con un gran disgusto en mi cuerpo, por saber que aquella iba a ser una
histórica noche. Recuerdo leer las crónicas los días posteriores, con un
sentimiento mezcla de envidia y rabia, al constatar que, efectivamente, así
había sido. Y recuerdo llamarme idiota a mí mismo y auto prometerme que, si
volvía a tener la oportunidad de ver a Waters en directo, no la iba a dejar
escapar.
Han pasado siete años y sigo
sin poder considerarme un gran fan de Pink Floyd. Pero confieso que, en este
tiempo, he profundizado enormemente en su leyenda y su discografía, creciendo de
forma exponencial mi gusto por su música.
Y hoy, por fin, voy a tener la
oportunidad de cumplir mi auto promesa, asistiendo a su show de Madrid. Y quien sabe si superando con ello mi trauma...
No hay comentarios:
Publicar un comentario