No me gustan los discos tributo. Salvo honrosas (y contadas) excepciones, no suelen ser más que refritos orquestados por la discográfica de turno para sacar los cuartos a los fans (y a los que no lo son tanto) a costa de juntar churras con merinas para aprovecharse del tirón de alguna banda que:
a) Está de moda porque vende mucho.
b) Se ha disuelto recientemente.c) Acaba de morir alguno de sus miembros.
d) Las tres anteriores opciones a la vez.
Cuando cae en mis manos alguno de estos artefactos, me fijo en la lista de grupos que rinden el tributo y aplico la siguiente regla: cuanto más conocidos (y superventas) sean éstos, mayores son las posibilidades de que el contenido del disco sea un ful de Estambul. Y viceversa: si los tributantes son menos conocidos (y menos superventas), crecen exponencialmente las posibilidades de que el tributo esté hecho con el corazón (y no con el bolsillo), y, por tanto, merezca la pena su escucha.
Viene lo anterior a cuento porque llevo algunos días enganchado a un disco tributo. Uno de los de las de las honrosas excepciones que os decía más arriba, de los hechos con el corazón, de los que no buscan transformarse en superventas. Uno sumamente recomendable.
Os hablo de “Sweet Emotion Songs of Aerosmith”. O lo que es lo mismo, 14 clásicos de los de Boston interpretados con un gusto exquisito por 15 músicos de blues de los que se dejan el alma en cada nota. De esos a los que no hace falta explicarles lo que es el “feeling”. De los que jamás venderán millones de discos, pero cuentan con miles de fieles a los que esto no les importa. Os hablo de Otis Clay, Pinetop Perkins, Sugar Blue, Lou Ann Barton o Joe Louis Walker. Delicioso!!!
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